Texto y fotos: Víctor Ibarra/IMDEC
Por el camino de tierra y bajo el incesante sol, pero con una sonrisa dibujada en su rostro, llega Queta, montada en su bicicleta, al llamado Jardín de la Esperanza, lugar que ella junto con otras mujeres del Colectivo Mujeres Ecologistas de La Huizachera, mantienen viva e sta “parcela comunitaria” desde 2009 en la marginada colonia La Huizachera, en el municipio de El Salto, Jalisco, con el acompañamiento del IMDEC.
Enriqueta Hernández, mejor conocida como Queta, entra a este lugar como quien entra a un oasis en el desierto, con una alegría tal que contagia: “Éste es un espacio que ha costado mucho esfuerzo a las mujeres. Yo lo veo como un camino donde ha habido muchos obstáculos, piedras, que hemos tenido que superar, y que al final de ese camino está el árbol frondoso que nos da sus frutos, sus regalos”.
Y no ha sido fácil el transitar a contracorriente: “Ser mujer en La Huizachera es enfrentarse a muchos retos y peligros. Hay mucha drogadicción, vandalismo, desintegración familiar, mucha ignorancia y pobreza, pero sobre todo pobreza espiritual, falta de un proyecto de vida entre las mujeres. Se vive en la rutina, en el día a día”, dice Queta.
“El machismo es la constante”
Para Paola Montes, otra integrante del colectivo, “En general, las mujeres en esta colonia no tienen voz o no la quieren escuchar, no quieren superarse. Todavía tienen que pedir permiso para todo a sus esposos. Hay muchas enfermedades y muertes de mujeres, incluso jóvenes, y gran parte provocadas por la contaminación del canal de aguas negras a cielo abierto que corre por la colonia”.
“Hay muchas mujeres trabajadoras, que ya sea que estén laborando en las tradicionales ladrilleras que abundan por aquí o en las empresas que están en el corredor industrial de El Salto. Hay mucha madre soltera,”, apunta Ángeles, hija de Queta, quien carga a su pequeño bebé. “Mi esposo sí colabora conmigo en las tareas de la casa, pero eso no es algo común por aquí. El machismo es la constante”.
“Nosotras no somos esclavas de nadie, ni el hombre es esclavo de nadie. Ambos tenemos los mismos derechos. Sólo falta que la mujer se conozca a sí misma y tome decisiones”, dice Queta. “El Jardín de la Esperanza para nosotras nos ha dado, como su nombre lo dice, esa esperanza de vivir, seguir adelante, y enseña a estar unidos con la familia. Yo cambié y mi familia cambió. Me ven feliz aquí y ahora mi familia me apoya”.
“Nosotras trabajamos la tierra, sanando nuestro cuerpo y nuestra alma”
“Nosotras trabajamos la tierra, sanando nuestro cuerpo y nuestra alma. El Jardín de la Esperanza para mí es un santuario. Aquí me relajo, aquí soy feliz”, dice Paola, mientras riega dichosamente la parcela, donde hay rábanos, cebolla, betabel, zanahoria, cilantro, chiles, tomate, entre otras hortalizas y legumbres.
Después de compartir unos tacos de guisado, acompañados de lechuga y rábano, con jóvenes voluntarios que ha llevado IMDEC para apoyar en las labores de la parcela, Queta dice: “Yo le diría a las mujeres que viven en una dinámica de sumisión, que hay que valorarse a sí misma, valorar la tierra, el agua, el aire, y hacer que nuestra voz se escuche. La Naturaleza te da la fortaleza”.